martes, 30 de junio de 2009

Unos aventureros regresan a una cueva que les resulta familiar



Era una apacible tarde de domingo en el cantón del Tesino, en Suiza. Al pie de una montaña de los alpes suizos, había una cueva. Pero no era una cueva común, fría, seca y oscura. Era la cueva del célebre alquimista Heterodoxo Copérnico II, hombre de ciencia y aventura, dotado de sabiduria y abundante vejez. Nuestro querido personaje había partido hacía unos meses buscando unos componentes, necesarios para fabricar unas tenazas que permitirían lavar a su pestilente homúnculo. Finalmente, tras ciertas aventuras y desventuras, regresaba, acompañado de una rana escamada, un hombre asustadizo y su pequeño homúnculo.

Podeis imaginaros un regreso triunfal, lleno de gloria y destellos de sol rasgando las nubes celestes. Mas no. Bueno, había rayos de sol bañando el apacible clima suizo, pero el ánimo de nuestros protagonistas no era el imaginable. Y el motivo cómo era de esperar, es que no es fácil soportar a un homúnculo que no se ha lavado durante meses; cualquier adjetivo no es suficiente para describir el horrendo hedor que despedía Kindlist. Sólo me remitiré a decir que olía a homúnculo. Así pues, Angoise, Crarglac y Heterodoxo se encontraba con el olfato arrugado y la mente embotada.

Sin embargo consiguieron llegar a la caverna. Una vez allí, Heterodoxo lanzó a Kindlist al rincón más alejado de la morada, pero aún allí seguía oliendo. Acto seguido, el viejo alquimista, tan rapidamente como un viejo alquimista puede actuar, se puso a elaborar las tenazas. No es tarea de homúnculo narrar cómo se hacen unas tenazas de carne, ni cómo se lava un homúnculo. Al final, Heterodoxo lo consiguió, y cuando Kindlist dejó de heder se puso a bailotear y cantar de alegría. Angoise y Crarglac se sonrieron mutuamente. Por un momento, el homúnculo sonrió, o pareció sonreir, y todos se sintieron llenos de dicha.
-¡Bravo! ¡Bravísimo! -exclamaron Crarglac y Angoise al unísono.

Heterodoxo empezó a atusarse sus luengas barbas.
-¿Sabes, Kindlist? Opino que esta historia ha de ser escrita con todo detalle. Estoy seguro de que con esto nos haremos ricos y famosos, y cuando reunamos lo suficiente podremos irnos de esta triste y lúgubre cueva. ¡El mundo allá fuera es tan tierno, maravilloso y lleno de color! Después de tantos años estoy cansado de mirar viejos manuscritos, a la tenue luz de una vela gastada. Sin duda seguiremos haciendo viajes y cuando nos cansemos podríamos irnos a vivir a Svalbard, por si algún día las bulliciosas masas nos atosigan. ¡Venga, vamos, escribe!

Crarglac y Angoise se miraron.
-Esperamos no molestaros, noble Heterodoxo -dijo Angoise-, mas yo he de encontrar el misterioso loto suizo.
-¡Ah! ¡Sin duda! Sí, aquí tengo un legajo escrito por Alberto Magno que habla muy extensamente de los lotos suizos, quizás os ayude.
-Muchas gracias. Si no os importa me marcharé ya, tengo prisa.
-¡Un momento! Me voy contigo, si a Heterodoxo no le importa prescindir de mi -acusó la rana.
-Por supuesto, querida Crarglac, has cumplido y de sobra.

Y el hombre asustadizo y la rana se marcharon de la cueva de Heterodoxo, en busca del legendario loto suizo, la flor con pétalos rojos y blancos. Sin embargo, eso es otra historia y en otro momento será contada. Pero para saciar la curiosidad de los románticos, he oido por ahí que llegaron a amarse, casarse y ser felices.

viernes, 22 de mayo de 2009

Centrales y peces mutados



Dos días después de abandonar el bar de carretera, Heterodoxo y sus compañeros divisaron a lo lejos las terribles chimeneas de una central nuclear.
—¡Por las barbas de Diógenes! Mirad aquellos funestos y lejanos presagios. En verdad que me erizan el vello los prodigios megalománicos de la ciencia moderna. Mas no repararé en más quejas, hemos de seguir.

Angoise y Crarglac asintieron a una vez. Durante todo el viaje iban hablando e intimando en sus vidas. Angoise incluso se tomaba la molestia de consolar a Crarglac, que desde que había visto alterada su piel se sentía triste y deprimida; el asustadizo y pálido hombre la arropaba en las noches más frías. A cambio, Crarglac iba frecuentemente a buscarle comida. Era una bella relación la que se iba cultivando entre el hombre y la rana. Heterodoxo por su parte, conversaba muy ocasionalmente con Angoise y con Crarglac, y evitaba sacar a Kindlist de su bolsillo, pues ya olía peor que los demonios del averno profundo.

Descendieron las montañas que llevaban hasta la central, y por el camino encontraron un gran lago contaminado. A las orillas había peces muertos y peces agonizantes. Con no poca sorpresa, al viejo y fatigado alquimista le pareció ver algo entre ellos. Se acercó presuroso y fue de repente cuando, más cerca, pudo discenir con más claridad. Aquello que había visto era un pez con dedos. Heterodoxo Copérnico II, el último entre los Copérnico, descendientes del buen Nicolás, lo cogió con sus arrugadas y callosas manos y gritó.
—¡Kindlist! ¡Un pez con dedos! ¡Ya podemos volver a casa!

miércoles, 20 de mayo de 2009

Aparece un bar de carretera



Los viajeros se prepararon para seguir con la aventura. Caminaron así durante media semana, pero a Heterodoxo se le veía con una extraña pesadumbre pendiendo como una espada sobre su cabeza. Angoise tomó cuenta de ello y se lo comentó mientras caminaban.
—¿Qué os ocurre, sabio de prolongado saber?
—Si he de seros sinceros, no conozco el camino que he de seguir.

En hablando, llegaron a un bar de carretera suizo.
—Estupendo, quizá aquí nos den algunas pistas —comentó el viejo alquimista.

Los aventureros entraron en el bar. Era un bar bonito, pintado con colores rojos y blancos, y estaba llevada por un hombre gordo y barbudo. En las paredes del lugar había muchas reliquias y objetos exóticos, y Heterodoxo se preguntó si no habría allí algunos de los componentes que estaba buscando. Angoise se dirigió a Heterodoxo.
—No sería mala idea hacer un alto aquí, parece un lugar agradable donde descansar bien.

Heterodoxo se mostró de acuerdo y preguntó al posadero acerca de alojamiento.
—Enseguida os atenderé muy gustosamente. Si ustedes lo desean pueden alquilar una habitación con dos camas y un acuario para la rana. No les saldrá caro.

Después de establecer el precio, el dueño del bar apuntó sus nombres, y Heterodoxo no pudo evitar fijarse en la extraña densidad de la tinta. El dueño tomó cuenta de ello.
—¡Esta tinta es de una calidad excelente! ¿Le interesa? Extraida de auténtico caracol, tienen tinta en vez de sangre, ¿lo sabía?

Heterodoxo no cabía en si de asombro, y pronto empezó a pegar saltos, todo lo que puede un viejo alquimista pegar saltos.
—¡Aleluya! Mas no tengo dinero, siento decepcionaros, no puedo comprarlo, mas puedo conseguir con mis componentes dotar de brillo los colores de vuestro bar.

El dueño se mostró complacido y Heterodoxo se puso a trabajar. Al poco había dotado de brillo los colores del bar.
—¡Fantástico! Ahora atraeré a más clientes. Muchas gracias, señor alquimista, toma un bote con tinta de caracol.

Heterodoxo se sentía harto contento. Ahora sólo le faltaban los dedos de pez para completar su aventura. Pasaron una noche allí, y al día siguiente partieron. El dueño del bar, que conocía de cosas exóticas y extrañas, les indicó que si querían parar en un lugar cercano, lo mejor era visitar la central nuclear que había en los alrededores.

miércoles, 1 de abril de 2009

Heterodoxo se despide de Claudio



Poco después, para ellos todo se desvaneció en una confusa masa cromática. Cuando volvieron a parpadear, estaban en el sótano de Claudio Honrado XVIII. Los viajeros le explicaron todo lo sucedido. Cuando Claudio supo lo de la Retorta de la Resecación Absoluta, pegó brincos, loco de contento.
—Sin duda ya conseguireis uno de vuestros ansiados componentes.

Pero la rana se veía un poco triste. Todos la miraron, pero antes de pronunciarse pregunta alguna, habló.
—Me comprometí a esto. Estoy dispuesta a perder mi piel de rana por una de pez.

Así pues, Claudio comenzó todos los preparativos, metió a la rana en la Retorta y comenzó a hervir. Se oía a la rana croar de dolor, y Heterodoxo se vio grandemente compungido.

"Tales son las miserias que se han de pasar por unas tenazas y la higiene de un homúnculo", se dijo.

Rato después, la rana salió con la piel azul, como siempre, pero un poco más oscura y toda llena de escamas. Las ranas son animales inexpresivos, sin embargo, Crarglac tenía el semblante triste. Angoise la observaba con expresa ternura.

Claudio se dirigió hacia el viajero alquimista.
—Y bien, amigo, creo que es hora de que marcheis, vuestro homúnculo apesta.
—Sin duda ha sido grato veros de nuevo, Claudio Honrado, espero que nuestro proximo reencuentro sea más prolongado y más intelectualmente fertil.
—Para vuestra partida, querido amigo, he de deciros esto:
>>No desfallezcais de nuevo, el desánimo os hace mal a vos y a vuestros cercanos. Mantened vuestras promesas, sed audaz y valiente. El corazón de un alquimista viejo y audaz puede valer tanto como el corazón de un guerrero audaz; y las hazañas igual de famosas. No temáis de nada, ni de nadie.
>>Y lo más importante, querido amigo, no olvideis que el camino os enseña más que la propia meta. Reflexiona, disfruta de él, ama a tus amigos y cuida de ellos.

Dicho esto, y claramente emocionados, los alquimistas se dieron un fuerte abrazo con lágrimas en los ojos, y el resto de compañeros se despidieron, conmovidos por las palabras de Claudio.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La arrogancia de los equinos



—Somos y hemos sido un pueblo que ha habitado este mundo desde tiempos inmemoriales. Desde la creación del mundo hemos cabalgado por las praderas con nuestras cortas patas. Sin embargo nunca hemos logrado la prosperidad, de la que gozamos ahora.
>>En días antiguos, nosotros, los ponis bizcos, estabamos sometidos a una raza benévola similares a vosotros; ellos nos daban de comer y nos cuidaban, y nosotros a cambio les dejabamos calgar. Nos herraban las pezuñas para que no se nos lastimaran y nos dieron anteojos para que vieramos bien; sin embargo nosotros crecimos en inteligencia, adquirimos el don del habla y la comunicación.
>>Así que enseguida empezamos a hacer como ellos. Nos reuniamos en asamblea, celebrabamos fiestas y saltábamos sobre las hogueras. Sin embargo el habla dio mejor fluidez a las ideas, y a algunos de los nuestros se nos ocurrió independizarnos de la raza benévola, empezando a fabricar las herraduras nosotros mismos, por y para nosotros, y que nadie nos montara.
>>Así pues, rezamos a los dioses e imploramos que nos ayudaran. Cometimos nuestra empresa con gran celo, y empezamos a fabricar las herraduras. Nuestro benévolo pueblo no nos maltrató por ello y comprendió nuestra decisión. Sin embargo, sus comercios cerraron, ya que no fabricaban más herraduras, y todo su mundo se vino abajo, ya que parte de él se sustentaba en nosotros.
>>Las antaño grandes ciudades se convirtieron en polvorientas ruinas. La benévola raza se extinguió, acosada por sus enemigos. Los dioses montaron en cólera, y como castigo en nuestro orgullo, nos maldijeron con los caracoles del caos. Ahora... si bien podíamos herrarnos a nosotros mismos, esos engendros del Inframundo nos acosaban con sus punzantes caparazones.
>>Y esa es nuestra historia, la historia en la que menguamos y caemos en desgracia. Antes pisabamos todas las tierras de este mundo, ahora estamos refugiados en este pequeño establo, reflejo de lo que una vez fue.
>>Dejadnos que en agradecimiento por haber acabado con parte de ellos os otorguemos un presente.

Todos los multinautas se miraron entre sí y asintieron.
—En recompensa de vuestra valentía, os ofrecemos la Retorta de la Resecación Absoluta.

Los ponis se adelantaron en comitiva y otorgaron a Heterodoxo un crisol tosco de plomo, pero a fin de cuentas útil. El viejo alquimista lo tomó y la tasó con ojo experto, y resolvió que quizá podría serle de grandisima utilidad. De repente los ponis salieron corriendo, y desaparecieron de su vista. Los viajeros, perplejos, se volvieron a mirar entre sí, y se fueron de Poblado Poni.

jueves, 19 de febrero de 2009

Los caracoles del caos



Heterodoxo meditó durante un largo rato mientras el poni les indicaba las señales, hasta que llegó a la conclusión de que Claudio seguramente los había enviado allí buscando algún componente que faltara para la conversión de Crarglac a rana escamada. De paso también se aseguraba de que su máquina interdimensional funcionaba. Así pues, una vez hubo dado por supuesto este suceso, se lo comunicó al poni, quien puso uno de sus púpilas mirando rectas hacia el frente a modo de aprobación.

En el transcurso de estas cavilaciones y pensamientos profundos acerca de su linaje, los viajeros llegaron al Poblado Poni. Allí esperaban muchos ponis pardos, los cuales no se dedicaban a otra cosa que pastar y beber en abrevaderos, e ignorar a los huespedes. Poblado Poni sólo tenía un gran salón cómun, al cual ellos llamaban el Gran Establo.
—Curioso lugar —musitó Angoise con miedo. Heterodoxo se limitó a asentir con la cabeza mientras observaba con perplejidad y asombro.

De repente uno de los ponis relincharon y fueron en tropel angustiado hacia el Gran Establo. Todos excepto el poni bizco, quien tenía la mirada perdida.
—Han venido.
—¿Quiénes? —preguntó Heterodoxo.
—Son ellos... los caracoles del caos —acto seguido fue a galope tendido hacia el Gran Establo, dejando a los aventureros abandonados a su suerte.

Crarglac, Heterodoxo y Angoise se preguntaban qué ocurría. Entonces vieron brotar de los verdes pastos unos caracoles de extraño colorido: tenían unas conchas con formas de pirámides, y abajo se arrastraba el baboso animal. Temblando de miedo, Angoise intentó pisar a uno de ellos, pero se encontró con la punzante resistencia de sus hogares piramidales.
—Esto sólo ha de tener una solución. ¡Adelante, Crarglac, cébate con ellos! —exclamó Heterodoxo.

La rana dio un brinco y comenzó a estirar su lengua como un resorte. Los caracoles fueron abatidos, y en poco rato ya no quedaba rastro de ninguno de ellos; la rana tenía la panza repleta de comida. Los ponis salieron entonces del Gran Establo, y Heterodoxo preguntó.
—¿Qué es lo que aquí ha sucedido, que con la aparición de tan minúsculas babosas, habéis huido como un niño de un gigante?

Como respuesta, uno de los ponis, de pelo ralo y grisaceo, se adelantó cuatro pasos, y habló.

El plano del poni bizco



El difumino se desvaneció, y de repente los tres viajeros multiversales se encontraron en un prado de color fucsia, bajo un cielo anaranjado y sin astros. Frente a ellos, a unos pocos metros, había un poni bastante peludo y pardo, con un ojo mirando al frente y el otro hacia el suelo
—¡Vida de Alquimista! ¡Un poni bizco!

El pobre poni, asombrado por la misteriosa aparición de los aventureros, relinchó, agachó la cabeza y empezó a orinar.
—¿Y qué es eso? —apuntó Angoise—. Su orín es azul.
—Sin duda es un caso harto extraño. Acerquémonos.

Pero el poni relinchó de nuevo antes de que se acercaran, y habló.
—Deteneos, numerosos y terribles enemigos. No alcanza mi vista a distinguiros, y es deshonroso que muchos entablen combate con uno sólo.
—No os preocupeis, sólo somos cuatro, y sin ánimo de combate u hostil enfrentamiento; ¿por qué adoleceis de estrabismo?
—Lo desconozco, no tengo tal alcance de memoria; sin embargo mis compañeros poni dicen que un día una piedra me alcanzó en un ojo, y que desde entonces veo torcido.
>>¡Ay! Desde entonces soy muy desgraciado, ahora me he extraviado de los senderos que llevan a Poblado Poni.
—Una noticia sin duda desafortunada. Nosotros podríamos guiaros, si supieramos el camino —yo conozco las señales
—Yo sé las señales, mas por culpa de mi estrabismo no sé verlas. Si me decís qué buscais, os lo diré.
—Venimos buscando... ¿qué venimos buscando?

Heterodoxo no recordaba el motivo que los había llevado a los territorios interdimensionales, si bien Claudio no se lo había dicho, así que se encogió de hombros.
—Por ahora vamos sin dirección, en cuanto lo sepa, os lo diré.
—De acuerdo, me conformo con eso, por ahora.
>>Dejadme que os indique las señales.